Decálogo para los formadores
- Oslam Celam
- Jul 3
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Pbro. Lic. Mauricio Damián Larrosa

Vivir el Seminario como una llamada a la conversión: a crecer y madurar como persona y como sacerdote, a ser más eucarístico, más pascual. Es estar en formación permanente.
Quitarse de encima los prejuicios sobre la formación. Parece fácil, pero están escondidos, por lo que requieren tiempo. Algunos nos vienen de la cultura eclesiástica (“pobre, te mandaron al Seminario”, “es una estructura caduca”, “ahora que no haces nada… podrás?”, “eligen a lo selecto del clero, lo mejor”, “te envidian”, “qué carrera!”), otros son los recuerdos de la propia experiencia del que fuera nuestro Seminario, lo que “hicieron” con uno, lo bueno y lo malo, las personas de referencia, etc. Aquello era otro contexto y otras personas. Uno puede buscar inspiración, pero no repetir esquemas.
Buscar amar, es oficio de amor. Siendo formador uno puede ser tan plenamente pastor como en otras tareas ministeriales. Pastorear es aprender a amar bien, a ser padres, a hacernos cargo de otros. Hay desafíos y gratificaciones, pero además es un privilegio de esperanza: ser testigos de la obra de Dios en la vida de jóvenes de hoy. La tarea formativa no consiste en hacer cumplir normas o en llegar a ciertas “expectativas de logro” sin más: su norte es la caridad. Amar es ayudar a crecer, y auctoritas indica capacidad para hacer crecer (no la idea de un poder directivo). En cuanto a las normas y al ejercicio de la autoridad, es bueno recordar que los planteamientos rígidos generan ocultamiento y sumisión, como la carencia de referencias claras, dispersión y desorientación.
Querer aprender. Saber muy bien qué hay que hacer o cambiar en la formación inicial suele indicar más bien una torpeza pastoral, afectiva o intelectual. Si un padre de familia, en el contexto actual, dijera que sabe muy bien cómo educar a sus hijos, con la receta justa frente a los cambios culturales impresionantes que vivimos, es muy probable que se trate de uno que busca seguridades o que se cree “iluminado”, inclinaciones que pueden hacer mucho daño. Es bueno tener conciencia de que hay que estar siempre en búsqueda, dejándose guiar por la Iglesia Madre y por la realidad concreta. La brújula es el amor cristiano que nos hace creativos y audaces.
Respetar y estimar a cada persona. Los seminaristas no son ni más ni menos que tus hermanos, en una etapa y en un proceso en el que la Iglesia confía a los formadores la tarea de acompañar y guiar. No hay dignidad mayor que ser bautizado, y en esta comunidad de iguales hay ministerios de diverso tipo, unos estructurales, esenciales, jerárquicos, pero al servicio de los que son hermanos (LG 32). No son niños. Es frecuente que un cura se queje diciendo de otro o de un obispo “¡me trata como a un seminarista!”, ¿Qué significa eso? ¿Como adulto? También es frecuente que al “llegar” a ser Diácono transeúnte parezca un insulto decir que es un seminarista, es decir, que está en formación inicial. Una tendencia a infantilizar y el clericalismo subyacen en esta visión de las cosas. Como en el caso del Catecumenado, el Seminario es mucho más y algo todavía distinto que un lugar físico, se trata de un camino.
Saber escuchar. Estar en formación permanente es aprender a obedecer: “Dios habla cada día, si hay un corazón que escucha” (Cencini). Esto implica: aprender de los formadores (antiguos y nuevos), de la gente que trabaja en el Seminario y de las comunidades, y de los mismos seminaristas. Las cosas existían antes que uno llegara. La tarea formativa nos trasciende. Forma la Iglesia en la que somos corresponsables.
Enseñar, y también saber decir "no sé". El ser formador no supone estar capacitado para todo. En cuanto a la enseñanza siempre es mejor incentivar a que el otro encuentre por sí mismo la senda, hacer sentir el gusto de aprender, no dar la comida ya digerida. Frente a cualquier temática difícil o confusa suelen ser puntos luminosos ir a lo esencial, las verdades básicas, así como una mirada global y de conjunto. En todo aspecto de la formación es imprescindible valorar el disenso positivamente, no asustarse, y distinguir según el famoso aforismo: “en lo esencial unidad, en lo opinable libertad, en todo caridad”. Por otro lado, a veces se acusa a la formación de remarcar demasiado lo negativo. Cuando hay que corregir, hay que partir de lo bueno. Además, algunos vicios se combaten mejor haciendo crecer una virtud existente. “Padres, no exasperen a sus hijos…” (Col 3, 21)
Dar testimonio, se educa con el ejemplo. Incrementar la vida de oración y ponerse “en orden” en cada dimensión: no podemos pedir a otros que tengan dirección espiritual si nosotros la hemos abandonado, por ejemplo, o pedir que se estudie si nosotros perdimos el hábito de lectura. También, como ocurre siempre con el Evangelio, debemos dar el testimonio de nuestra pobreza y de la misericordia de Dios. No debo esperar a vivir íntegramente el Evangelio para predicarlo, sino predicarlo con humildad. El hipócrita predica, pero no piensa mover ni siquiera un dedo, no lo intenta, no cree que sea posible vivirlo o, peor, piensa que es para otros, inferiores o en otra etapa que él ya superó.
Buscar una formación específica. La Iglesia confía en la honestidad y responsabilidad de sus hijos sacerdotes. Se espera que cualquier cura frente a un encargo dedique un buen tiempo de reflexión y estudio sobre esa área pastoral, lo mismo que buscar guía en otros más experimentados. Es triste que existan formadores que nunca hayan estudiado la Pastores, la Ratio Internacional y la Nacional. Es un signo de responsabilidad básica -y de Caridad Pastoral- leer los textos fundamentales del oficio que se te confía y regresar cada tanto a ellos, así como aprovechar las instancias de formación para formadores.
Somos servidores de la comunión y la reconciliación. En el Seminario saber estar con todos, no cerrarse a unos pocos; no crear divisiones. Buscar vivir la fraternidad sacerdotal con el equipo de formadores, y no escatimar esfuerzos en cultivar los vínculos: con el obispo, los presbíteros, la vida religiosa, las familias y las comunidades. Nuestra visión política partidaria, o nuestras tendencias ideológicas -incluso teológicas-, no deben convertirse en muro que impida ser reconocidos como sacerdote para todos.
Nota: “El Seminario en sus diversas formas (…) antes que ser un lugar o un espacio material, debe ser un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure un proceso formativo…” (PdV 42).